Caídas de Agua San Marcos


Entre las maravillas que la naturaleza nos regala, los cuerpos de agua ocupan un lugar especial en mi corazón, y las caídas de agua, con su danza hipnótica, me cautivan de una manera singular. La Real Academia Española las define como "cascadas" o "cataratas", diferenciándolas por su altura, caudal y la fuerza de su caída. En Guatemala, tierra de volcanes y bosques exuberantes, me referiré a ellas simplemente como cascadas

San Marcos, enclavado en la bocacosta guatemalteca, es un edén que alberga una profusión de estas maravillas acuáticas. Siguiendo la serpenteante carretera que desciende desde la cabecera municipal hacia la costa del Pacífico, se pueden descubrir cuatro cascadas con nombre propio, enclavadas en comunidades, reservas naturales o centros recreativos. Estos oasis ofrecen la posibilidad de recorrer senderos señalizados, con todas las medidas de seguridad, y la opción de hospedarse en acogedoras cabañas con servicio de restaurante, para una experiencia inmersiva en la naturaleza. Pero la aventura no termina ahí. Cascadas secretas, sin nombre conocido, se esconden entre fincas y terrenos privados, esperando ser descubiertas por aquellos que obtengan el permiso para adentrarse en sus dominios.

En esta travesía por las cascadas de San Marcos, mi espíritu explorador me llevó a descubrir:
Golondrinas: Donde estas aves danzan en un ballet aéreo.
La Trinidad o Vergel: Una joya natural de tres caídas escalonadas, un verdadero edén perdido.
Velo de Colibrí: Una cascada que cae con la delicadeza de un velo nupcial, un sueño hecho realidad.
Las Brisas: Un hallazgo personal, bautizada así por la suave caricia de su rocío, que se elevaba y envolvía como una suave brisa de montaña.

Dos caminos conducen a estas maravillas: descender desde San Marcos o ascender desde la costa Pacífica. Elegí el primero. Al llegar a la estación de autobuses de San Marcos, fui recibido por un coro de voces que preguntaban si mi destino era la frontera, un camino común para aquellos que buscan el sueño americano. No era mi caso, y con una sonrisa agradecí la oferta, a pesar de su amable insistencia. Finalmente, un venerable anciano en la estación me indicó el autobús que me llevaría hacia Malacatán.

Mi estrategia era establecer un campamento base para explorar las cascadas circundantes, las cuales se agrupan convenientemente cerca de dos puntos estratégicos. La Reserva Natural El Vergel se convirtió en mi primera parada, un punto de partida ideal para visitar tres cascadas.

La Reserva Natural El Vergel, otrora parte de una finca cafetalera, aún conserva sus cultivos de café, ahora convertidos en un centro de experimentación. Bajo la administración de la Federación Comercializadora de Café Especial de Guatemala (FECCEG), este santuario natural, ubicado a 1618 metros sobre el nivel del mar, palpita con una biodiversidad que se revela al primer contacto. Al principio, la presencia de algunas construcciones me hizo pensar en obras en progreso. Sin embargo, Alexander, el administrador, me ilustró sobre el crecimiento de la Reserva desde su apertura en 2023, destacando su nueva reputación como un paraíso para el avistamiento de aves. Mi plan de acampar en el lugar requirió una breve espera mientras instalaban el equipo donde pasaría la noche. El restaurante Kishe, con sus vistas panorámicas de los imponentes volcanes Tacaná y Tajumulco, fue mi refugio temporal. Un cielo diáfano y una temperatura benigna me invitaron a disfrutar de una refrescante cerveza, que Marcos, con su diligente servicio, trajo a mi mesa. El menú, disponible a través de un moderno código QR (la clave del WiFi era un lujo inalcanzable debido a la inestabilidad de la señal en la zona), ofrecía platillos a precios justos. Mi elección, una hamburguesa con papas fritas, superó mis expectativas en sabor y tamaño, una recompensa perfecta para el almuerzo.

Ya instalado en mi campamento, me deleité con la majestuosidad de las montañas que descendían Me acomodé y me dirigí a la Cascada Golondrinas, mi primer destino. La señalización era escasa, pero el sendero, inmerso en la espesura del bosque, era una invitación a la aventura, con una miríada de mariposas que escoltaban mis pasos con sus vuelos erráticos. El murmullo del agua, una melodía lejana al principio, fue creciendo en intensidad hasta que, de repente, un arroyo se interpuso en mi camino, sin revelar aún la cascada. A mi izquierda, finalmente la descubrí: Golondrinas, una caída de agua modesta en tamaño, pero con un caudal que fluía con serena elegancia. Aunque me hubiera encantado presenciar el espectáculo de las golondrinas danzando alrededor de la cascada, el cansancio me invitaba a regresar y contemplar el ocaso desde la comodidad de mi campamento, con una humeante taza de café como compañía.

A mi regreso, noté que densos cúmulos de nubes habían conquistado el horizonte, anticipando la puesta del sol casi una hora. Descendí los 200 metros que me separaban del restaurante y pedí una taza de café. Para mi deleite, ofrecían diversas variedades, entre ellas una local llamada Vergel, la cual, sin dudarlo pedí. Marcos me preguntó por mi método de preparación preferido; una pregunta inusual en esta región, a lo que respondí Hario V60, con mucho ánimo por la experiencia de la preparación. El aroma del café recién preparado me envolvió al recibirlo. Agradecí y apresuré el paso para alcanzar a ver al sol desvanecerse tras las nubes, que se perdian en ese horizonte brumoso. Con mi café en mano y el sol ocultándose tras el velo de las nubes, la luna y Venus emergieron en el firmamento, como una señal celestial que coronaba el día.

El cansancio y la promesa de un amanecer, temprano para buscar la cascada La Trinidad o Vergel me arrullaron en un sueño profundo. Un estruendo repentino me sobresaltó en la oscuridad. El viento azotaba con furia, y la lona de la casa de campaña, junto con mi estado de somnolencia, me impedían comprender la magnitud de la situación. El vibrar de mi celular me trajo de vuelta a la realidad. Era Marcos, el atento mesero del restaurante, preocupado por mi bienestar. Le aseguré que todo estaba bajo control, a pesar del viento creciente. Con una amabilidad que reconforta el alma, me ofreció su ayuda en caso de necesitarla. Apenas colgué, la furia del viento se intensificó, las ramas crujían con violencia y el temor de que un árbol o una rama cediera ante la tormenta y cayera sobre mi frágil refugio se apoderó de mí. Los minutos se estiraron en una tensa espera hasta que, finalmente, reuní el valor para llamar a Marcos. Sin dudarlo, se ofreció a venir a rescatarme junto con sus compañeros de trabajo, y me ofrecieron refugio en una de las cabañas para pasar la noche y así poder refugiarme de esa tempestad que se avecinaba

Al despuntar el alba, me aventuré en busca de La Trinidad o Vergel. El viento había dejado su huella: láminas desprendidas de los techos, macetas volcadas, basura esparcida y toldos retorcidos. La administración de la Reserva Natural El Vergel, en un gesto de generosidad que nunca olvidaré, me había brindado la cabaña El Pequeño Roble, un refugio acogedor donde encontré la paz que la tormenta me había arrebatado.

Muy temprano, el personal de la Reserva ya se encontraba trabajando arduamente, limpiando los estragos del viento. Me encontré con el agrónomo responsable, quien me aconsejó posponer mi visita a la cascada, ya que, aunque el viento había amainado, el peligro de ramas desprendidas persistía. Decidí acatar su recomendación y me dirigí al restaurante Kishe, que ya a las 7:00 a.m. abría sus puertas, para disfrutar de un desayuno reconfortante y una humeante taza de café. Mientras saboreaba mi desayuno, el viento finalmente se rindió, y con renovado entusiasmo, me encaminé hacia la cascada que todos elogiaban. Como era de esperarse, el camino estaba alfombrado de hojas y ramas, algunas de considerable tamaño, que me obligaban a sortearlas o apartarlas para continuar mi marcha. La fuerza de la naturaleza siempre me ha sobrecogido, y comprendo que el viento, con su ímpetu destructor, es también un agente renovador que poda y limpia el bosque, dejando espacio para el nuevo crecimiento.

En el trayecto, el canto de las aves me acompañaba, pero fueron las mariposas, con su caleidoscopio de colores y tamaños, las que capturaron mi atención. Pequeñas vertientes de agua brotaban de la montaña, humedeciendo el sendero, hasta que finalmente, el inconfundible estruendo del agua al caer se hizo presente, junto con la brisa fresca que generaba. La cascada La Trinidad o Vergel se reveló ante mí en tres saltos escalonados, el último de ellos con una magnificencia que me dejó sin aliento, extendiendose a lo ancho, era un espectáculo natural abrumador. Me senté a contemplar su caída, a escuchar su melodía atronadora, y a disfrutar de mi café mientras los primeros rayos del sol se filtraban entre el follaje, calentando mi cuerpo y mi espíritu.

Más tarde, ese mismo día, me dirigí al Centro Recreativo Velo de Colibrí. Ya habíamos entablado conversación con anterioridad, y me habían ofrecido una cabaña para pasar la noche y explorar las cascadas de la zona, en particular, la que da nombre al lugar, Velo del Colibrí, que en las fotografías se revelaba como una visión celestial. Un mototaxi, por la módica suma de Q8.00, me llevó desde San Rafael Pie de la Cuesta hasta el Centro Recreativo.

El Centro Recreativo Velo del Colibrí es otro edén que aguarda a ser descubierto. Su nombre, evocador y misterioso, nos incitaba a desentrañar los secretos que este lugar guardaba celosamente, a nuestro ritmo y sin presiones externas. El trayecto hacia el Velo del Colibrí ya era un regalo para la vista: calles empedradas que serpenteaban entre fincas de café, con panorámicas que abarcaban montañas y los majestuosos volcanes Tacaná y Tajumulco, que se alzaban imponentes en el horizonte.

La infraestructura del lugar me cautivó de inmediato. Un diseño armonioso y bien integrado con el entorno, algo que, lamentablemente, no es común en los pueblos de Guatemala.

El murmullo de la cascada, omnipresente, me atraía como un canto de sirena. Era evidente que se encontraba cerca. Mi primer impulso fue buscarla. Al asomarme por la baranda, la caída de agua se reveló en toda su gloria al fondo, con un blanco puro e inmaculado que evidenciaba su fluir constante sobre la roca desnuda. Una pérgola y dos piscinas completaban el cuadro, confirmando la naturaleza recreativa del lugar. El Sr. Héctor, con la amabilidad que caracteriza a la gente de estos lares, me recibió y me guio hasta la cabaña Quetzal, mi morada por esa noche. Al verla, la imagen de una casa del árbol acudió a mi mente, aunque más tarde descubrí que su nombre evocaba al ave sagrada de Guatemala.

Sencilla pero acogedora, con un medio baño y tres camas, era el refugio perfecto. Me instalé en un santiamén y descendí raudo hasta la base de la cascada. Su caída, una sinfonía líquida, me dejó maravillado. Un velo de agua que descendía con gracia hasta una poza cristalina, para luego continuar su camino hacia la izquierda, invitándome a seguirla en una futura exploración, caminando entre rocas y el lecho del río...

Esa tarde-noche, sucumbí a los placeres culinarios del Restaurante El Colibrí con su cocinera Marisol hija de él Sr. Hector. Su especialidad, mojarra frita, sació mi apetito después del viaje y la caminata. Las luces de la Pergola, en complicidad con las de la piscina, creaban un ambiente mágico, acunado por el arrullo de la cascada y los susurros del bosque circundante.

El alba me sorprendió con un regalo inesperado. Desde el balcón de la cabaña Quetzal, en la ladera de la montaña, se divisaba otra cascada, una cinta de agua fina y longilínea que se precipitaba montaña abajo. Descendí hasta la cascada Velo de Colibrí para recibir la energía revitalizante de la mañana, el sonido del agua y el concierto matutino de las aves, que como siempre, se habían levantado mucho antes que yo. (Debo confesar que dormir arrullado por el murmullo de la cascada fue una experiencia tan relajante como dormir frente al oleaje del mar). Mientras esperaba mi desayuno, me sumergí en la escritura, plasmando en palabras las experiencias de mis recientes viajes. Aquel lugar, con su atmósfera serena, era un oasis de inspiración, un refugio ideal para dar forma a los relatos que un día espero compartir en La Fragata, con todos ustedes.

Dos noches más tarde, la cabaña Colibrí me acogió en su regazo. Un diseño fascinante, que evocaba las clásicas cabañas alpinas, con techos a dos aguas que descendían hasta el suelo, o más bien, una casa con forma de triángulo. En la planta baja, una sala y la habitación principal con baño; en la planta alta, una cama imperial y un balcón que regalaba una vista privilegiada a la cascada. Un verdadero deleite para los sentidos.

Al día siguiente, la llamada de la montaña fue irresistible. Decidí buscar la cascada que se divisaba desde la cabaña Quetzal. Con el ánimo en alto, me puse en marcha. Previamente, había solicitado indicaciones al Sr. Urbano, quien junto con el Sr. Eliseo, mantenía el lugar en impecables condiciones.

El Sr. Urbano me instruyó para que caminara por la calle real y descendiera por las primeras gradas a mi izquierda. Seguí sus indicaciones al pie de la letra. Al llegar al río, lo crucé por una plancha de concreto que servía de puente. Ya en la otra orilla, con la cascada como mi norte, emprendí el ascenso por un sendero empinado.

Tras 40 minutos de caminata, alcancé la cima de la montaña, solo para darme cuenta de que la caída de agua había quedado muy por debajo de mi posición. Me encontraba perdido, sin rastro del sonido del agua. Sin dudarlo, emprendí el regreso hacia el puente. El camino, tanto de subida como de bajada, era un espectáculo natural, árboles gigantescos que se elevaban imponentes, con un follaje tan denso que ocultaba el cielo. El calor y la humedad eran palpables. Aunque la subida me había hecho sudar copiosamente, el descenso fue más benevolente, permitiéndome disfrutar del entorno y de la danza de mariposas y aves que revoloteaban a mi alrededor, exhibiéndose con descaro. Canasado he regresado a la Cabaña, al día siguiente y como si lo hubiera solicitado, otro hijo del señor Hector estaba listo para acompañarme hacia la cascada, quien con audacia y conocimiento me llevo cruzando el río por un camino donde a la derecha el río emprendía su camino hasta la caida de 30 metros para formar la cascada Velo del Colibrí y a la izquierda corría un arroyo que llevava agua hacía una finca cercana para la limpieza de los granos de café y riego de las mismas.

Abdias un niño de 11 años comenzando en el mundo del guiaje me llevo por el sendero, al inicio hablo poco pero poco a poco mientras nos adentrabamos en la montaña comenzó a contarme sobre una cueva que había cerca de la cascada a la cual nos dirigiamos y la cual no tenía nombre, después de cruzar 3 veces el arroyo nos acercamos a la caida de agua que resonaba con delicadeza detras del follaje, al llegar fue un espectaculo y esa mañana se convirtió en una aventura inesperada. Al llegar, la cascada sin nombre, que ahora yo llamaré "Las Brisas", nos recibió con su belleza singular. Una caída de agua delicada, de unos 50 metros de altura, que se fragmentaba en un rocío fino al chocar contra un cúmulo de rocas en la base de la montaña.

La poza, a sus pies, estaba adornada por vegetación semiacuática que cubría parcialmente las rocas que emergían del agua. Me quedé absorto, contemplando aquel espectáculo natural, mientras Abdias me indicaba donde colocar los pies para no resbalarme y poco a poco comence a sentir la suave caricia de la brisa húmeda en mi rostro, a pesar de que el sonido del agua era apenas un susurro, la brisa se sentia con una fuerza peculiar.

En el camino hacia la cueva Abdias me dirigía enseñandome el entorno y explicandome con un guía experimentado para la edad que tenía, fue agradable como un niño a sus escasos 11 años se dedicará en su tiempo libre a guiar grupos, a quien recomiendo para cuando ustedes lectores visiten el Velo del Colibrí, al regresar al Centro Recreativo no me cobró, sin embargo se meritaba un pago el cual sin dudar le ofrecí lo que para mi debía recibir como mi guía y que con vehemcia les motivo que cuando visitén este hermoso lugar busquen a Abdias López la familia del Sr. Hector quien los recibirán de una manera muy especial.

Los días que siguieron en el Velo del Colibrí fueron una bendición. Prolongué mi estancia, seducido por la armonía perfecta entre la tranquilidad del lugar y la afluencia moderada de familias, tanto de comunidades vecinas como de pueblos más alejados, que venían a disfrutar sin caer en el exceso, una cualidad que aprecio enormemente. Aprovechaba las mañanas para escribir, enfrascado en mis pensamientos, con la sinfonía de la naturaleza como única compañía. Las tardes las dedicaba a entablar conversación con las familias que visitaban el lugar, creando lazos de amistad, o a deambular por los alrededores, disfrutando de la serenidad del ambiente.

Tanto El Vergel como Velo del Colibrí son refugios idílicos, destinos perfectos para sumergirse en la belleza natural de la bocacosta de San Marcos. Mi corazón viajero quedó prendado de sus encantos, y la certeza de que quien les visitase seguro sentiría lo mismo que yo, amor por esta tierra que te llena de alegria el alma.

La experiencia vivida en las cascadas de San Marcos, la calidez de su gente y la magnificencia de sus paisajes han dejado una huella imborrable en mi memoria, me llevo todo esa area en mi corazón, un tesoro invaluable que guardaré para siempre en el cofre de mis recuerdos. Y es que hay lugares, como este bello rincon de San Marcos, en los que con tan solo una visita basta, para enamorarse perdidamente de su belleza, por eso seguiré mi exploración por este hermoso departamento esperando encontrar muchos otros lugares hermosos como los vividos y a quien dedicaré una segunda o quien quita una tercera parte.

Consejos para Futuros Exploradores:

Si el llamado de las cascadas de San Marcos resuena en tu interior, aquí te dejo algunos consejos, fruto de mi experiencia, para que tu aventura sea tan inolvidable como la mía:
• La Mejor Época: La estación seca, de noviembre a abril, es ideal para visitar San Marcos. El clima es más benévolo y los senderos se encuentran en óptimas condiciones.
• Cómo Llegar: Autobuses o shuttles te llevarán desde la Ciudad de Guatemala, Antigua Guatemala o San Marcos.
• Indumentaria: Ropa cómoda y fresca, traje de baño, toalla, protector solar, repelente de mosquitos, sombrero y, crucial, zapatos para caminar con buen agarre, ya que las sendas que llevan a las cascadas lo ameritan. Una capa impermeable nunca está de más.
• Investigación Previa: Investiga a fondo las rutas a las cascadas, los tiempos estimados de caminata y el nivel de dificultad, pero lo mejor es optar un guía.
• Español Básico: Aunque el inglés se habla en zonas turísticas, unas cuantas frases en español te abrirán puertas y te permitirán una conexión más auténtica con la comunidad.
• Hidratación y Energía: Lleva contigo una botella de agua reutilizable y llénala siempre que tengas oportunidad. Unos snacks energéticos, como frutas o barras de granola, te mantendrán con vitalidad durante las caminatas.
• Mosquitos: Prepárate para los mosquitos, (Bufalo o Turkey gnat) durante el día pero especialmente por la mañana, Repelente y ropa que cubra la mayor parte de tu cuerpo son recomendables.
• Huella Verde: Practica el turismo responsable. No dejes basura, ni en los senderos ni en las cascadas. Lleva contigo una bolsa para tus desechos y si eres la diferencia, llévate la basura que encuentres no te costará nada y sentirás que haz contribuido con la naturaleza.

Las cascadas de San Marcos, con su belleza prístina y su energía revitalizante, esperan tu llegada. Deja que su magia te envuelva, que su encanto te seduzca, y que la aventura de descubrirlas se convierta en un capítulo inolvidable de tu propia historia, como ha sido para mi, en mi travesía por las cascadas mas hermosas que he visto, y se que me esperan muchas más y tan igual de hermosas. ¡Atrévete a vivir la experiencia de las cascadas de San Marcos,! Yo seguiré explorando y escribiendo sobre las que me quedan por visitar y enamorarme, te invito a que me sigas y no dejes de leer las siguientes ediciones de La Fragata.■



La Fragata.

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La Fragata: Espero que hayan disfrutado de la lectura